Ingredientes de una burbuja: El caso de Florida en los años veinte

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En las primeras páginas de “El Crash de 1929“, John Kenneth Galbraith utiliza el boom inmobiliario de Florida de los años veinte como intoducción para desgranar los ingredientes de toda burbuja especulativa:

  • Superficial optimismo y autosatisfacción de los políticos y reguladores,
  • Afán de hacer dinero rápidamente y sin esfuerzo,
  • Una excusa: hecho que será  magnificado irracionalmente por la sugestión colectiva,
  • Pocas barreras de entrada o apalancamiento para participar en el negocio,
  • Demonización de los prudentes o sensatos,
  • Estallido y eterna reticencia a admitir que todo ha acabado.

A principios de la decada de 1920 Estados Unidos disfrutó de un extraordinario crecimiento industrial y económico. Su presidente Coolidge hablaba ante el Congreso de la predestinación del pueblo americano para prosperar gracias a la “paz” la “sinceridad” y la “comprensión mutua entre los pueblos“.


Florida era todavía un Estado poco poblado y sin infraestructuras. Pero a principios de la década de 1920, sus zonas costeras fueron sacudida por un portensoso auge inmobiliario que fue el prefacio de lo que sólo unos años después ocurriría en el mercado bursátil durante el crack de 1929. Florida disfrutaba de un magnífico clima y la población de Chicago y Nueva York no tardó en poner el ojo en un lugar donde poder pasar unos meses al año.

La locura irracional fue que la población se autosugestionó sobre la idea que Florida se vería pronto poblada de millones de nuevos habitantes ávidos de sol y fiesta, “tan extraordinario sería el evento que  playas, pantanos, charcos y fregaderos disfrutarían de una creciente revalorización“.

El siguiente rasgo de una burbuja es la ausencia de barreras de entrada para participar en ella: En Florida se dividió la tierra en parcelas que fueron vendidas mediante el pago inicial de un 10 por ciento. Muchos de los terrenos eran pantanosos y desagradables. Los compradores no tenían la menor intención de vivir en ellos y era difícil creer que alguien lo fuera a hacer. Esos activos aumentaban de valor día tras día y se llegaron a vender con un beneficio razonable en apenas una quincena.

Con el paso del tiempo, el mercado se olvidó de las razones objetivas que habían dado lugar al alza de los precios y los inversores con intención de vivir en Florida fueron rápidamente desplazados por la avalancha de compradores que únicamente tenían expectativa de vender sus terrenos con un beneficio. Así una misma parcela fue vendida una, dos y hasta diez veces en poco más de un año.

La avalancha de compradores fue tal, que hasta los ferrocarriles se vieron desbordados negándose a transportar todo lo que no fueran bienes de primera necesidad, lo cual afectó incluso al suministro de materiales de construcción. Zonas pantanosas situadas a 15 millas de la costa se consideraban extrictamente “zonas de playa” y en apenas un año terrenos con un valor de 20.000 dólares se vendieron por 75.000 dólares.

En la primavera de 1926 el mercado inmobiliario de Florida comenzó a notar los primeros síntomas de agotamiento. En otoño un huracán devastó sus costas y dejó a miles de personas en la calle. Aún así, la prensa y los analistas de la época no admitieron el fin de la fiesta y se hablaba sólo de un “descanso del mercado“. La repugnancia a reconocer que todo ha terminado es otra de las características de las burbujas especulativas.

Finalmente, algunas de las parcelas aparecían urbanizadas en medio de la nada con pomposos nombres de calles y modernas farolas. En aquel momento, las tasas e impuestos que las gravaban ya superaban su valor de mercado.

Me ha venido a la cabeza mientras escribía este post, un programa de TV de los años setenta que comenzaba siempre con las imágenes de un coche estanpándose a toda velocidad contra una gran roca situada en la mitad de la carretera. La imagen se repetía varias veces mientras una voz en off decía solemne: “El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra”.